
Tener una gran voz, más allá de lo benéfico que pueda ser, suele convertirse en un arma de doble filo. Cuando se posee un instrumento vocal de rasgos sobresalientes como potencia, timbre y textura extraordinarios el éxito en una banda es casi inevitable e instantáneo, y más aún si la lírica y el entorno musical están al nivel. Sin embargo conocemos casos de bandas con grandes vocalistas que tras el éxito cosechado en su primer álbum para el segundo y tercero siguen sonando exactamente igual, cayendo entonces en una suerte de rutina viciosa de falta de creatividad, para después terminar en el fastidio del escucha y su reprobación.
El arma más efectiva para evitar esa abulia en el escucha es ofrecer junto con tu gran voz un acompañamiento musical versátil; me refiero en específico a la capacidad compositiva y de ejecución instrumental de los otros miembros de la banda, es decir, para hacer lucir la voz se debe enmarcar correctamente con los sonidos, ritmos y atmósferas adecuados teniendo como única constante el cambio.
Ese es el caso de la banda inglesa White Lies que recibió muy buenas críticas por allá del 2009 con su plato debut To lose my life. Escuchar la grave y potente voz de Harry McVeigh (una mezcolanza entre Roland Orzabal de Tears for Fears y Paul Banks de Interpol) era un bálsamo para cualquier oído y dejaron muy altas expectativas para su segundo trabajo, lo cual podría resultar en desilusión y fastidio. Pero para el 2011 estrenan su segunda placa titulada Ritual en la cual el grupo sigue haciendo esas atmósferas oscuras de aires ochenteros donde sonando unas veces a New Wave y otras a Post Punk con ese toque electrónico que esta década reclama en automático demuestran su capacidad y versatilidad en ese aparato que llaman su música haciendo de este plato un ente de difícil pero placentera digestión.
La temática de sus letras aborda de manera oscura y a la vez poética, al igual que su música, la forma más cruel que adopta el amor; esa cuando solo se da de manera unilateral y el ruego, el abandono y las lágrimas son palabras comunes.
El arma más efectiva para evitar esa abulia en el escucha es ofrecer junto con tu gran voz un acompañamiento musical versátil; me refiero en específico a la capacidad compositiva y de ejecución instrumental de los otros miembros de la banda, es decir, para hacer lucir la voz se debe enmarcar correctamente con los sonidos, ritmos y atmósferas adecuados teniendo como única constante el cambio.
Ese es el caso de la banda inglesa White Lies que recibió muy buenas críticas por allá del 2009 con su plato debut To lose my life. Escuchar la grave y potente voz de Harry McVeigh (una mezcolanza entre Roland Orzabal de Tears for Fears y Paul Banks de Interpol) era un bálsamo para cualquier oído y dejaron muy altas expectativas para su segundo trabajo, lo cual podría resultar en desilusión y fastidio. Pero para el 2011 estrenan su segunda placa titulada Ritual en la cual el grupo sigue haciendo esas atmósferas oscuras de aires ochenteros donde sonando unas veces a New Wave y otras a Post Punk con ese toque electrónico que esta década reclama en automático demuestran su capacidad y versatilidad en ese aparato que llaman su música haciendo de este plato un ente de difícil pero placentera digestión.
La temática de sus letras aborda de manera oscura y a la vez poética, al igual que su música, la forma más cruel que adopta el amor; esa cuando solo se da de manera unilateral y el ruego, el abandono y las lágrimas son palabras comunes.
“I pressed my ear to your chest and heard something personal, a whisper that knew my name, is this how your heart treats all strangers, with love and affection? Then I feel cold and empty”
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